Expertos en seguridad ligados a la Policía confirman que el plan de “atropellar” al clan Rotela, estaba cajoneado durante los dos últimos años. ¿Por qué se llevó al freezer la decisión? ¿Inoperancia o complicidad del anterior gobierno?
El 4 de enero del 2019 era una jornada más en donde, la agenda de quejas ciudadanas se enfocaba en el alto nivel de inseguridad en Asunción, Central y Ciudad del Este, entre otros.
Asaltos callejeros, robos y atracos domiciliarios, y un incontenible avance de “chespis” (adictos al crack) implicados en delitos y crímenes de diversa índole, marcaban pasos al sistema de seguridad del Estado.
En ese escenario, el entonces presidente Mario Abdo Benítez anunciaba acciones “contundentes” contra bandas que, desde las cárceles, controlaban el abanico de rubros delincuenciales. En los hechos, nada de esas “amenazas” se concretaban.
Una de esas advertencias las hizo luego de pasear (y difundir fotos) en un tanque de guerra, en un afán de enviar un mensaje al crimen organizado de que el Estado estaba para imponer justicia y aplastar a bandas de delincuentes.
El 17 de setiembre de ese mismo año, Mario Abdo enfrentaba otro capítulo de alta inseguridad en las calles y de tumultos carcelarios.
De vuelta, el expresidente recurrió a una foto como “mensaje” de uso de todas las armas militares para imponer orden.
Esa vez Abdo subió al carajo (punta del palo mayor de un buque) de una embarcación de la Armada, en donde posó con “aire de marino militar”, en un episodio que le valió críticas y muchos memes en las redes. El otro caso de “circo” ante demandas ciudadanas de mano dura contra el crimen organizado, se verificó el 5 de marzo de este año.
Fue cuando otra vez en medio de sucesivos episodios de violencia callejera, perpetrados por bandas del clan Rotela, Abdo se lanzó en paracaídas durante un acto en la Fuerza Aérea Paraguaya. Lo hizo para “demostrar” el espíritu marcial del cual, según él mismo, está imbuido desde su época de soldado de la FAP. Las poses circenses del expresidente de la República, tuvieron como contrapunto el crecimiento desmesurado del poder de Armando Javier Rotela al interior del penal de Tacumbú.
Celulares de alta gama, computadoras personales, drogas, armas de fuego, y otras “prendas” que habitualmente estaban en el pabellón D, el bastión de la Jungla, constituyeron en la práctica verdaderas oficinas, desde donde se emitían instrucciones de Rotela, para comercializar drogas y ordenar ejecuciones, a través de sicarios que pululan en zonas de los bañados de Asunción y Central.